Las mujeres occidentales estamos saliendo del sueño de la princesa que esperaba ser besada por el príncipe azul; nos hemos dado cuenta de que hay más sapos que príncipes y en realidad queremos ser tratadas como reinas, sin que vengan a probarnos ningún zapato.
Hemos descubierto con dolor que no basta con ser buenas profesionales, madres y esposas, porque eso es lo mínimo que espera la sociedad de nosotras, una alta exigencia para que llevemos todo a la perfección y por eso vamos desequilibradas, cargando a los gritos más de lo que realmente podemos.
Debemos llegar hasta el fondo de nuestros anhelos y mirarnos de frente en el espejo de los años para elegir de manera consciente qué queremos para nuestra vida; diseñar nuestro proyecto de vida, que no necesariamente debe coincidir con el proyecto de vida del marido, del novio, de los hijos, los padres, los hermanos o los amigos.
Tenemos que aprender a ser sanamente egoístas y hacer más por nosotras mismas, trabajar por nuestros sueños, despertar todos nuestros talentos, muchos de ellos no reconocidos por nosotras mismas. Hay que arriesgarse, explorar, ensayar lo que nos gusta, sin miedo, confiando en Dios y en sus mensajeros que están ahí para iluminarnos y darnos fortaleza.
Las mujeres tenemos latentes todos los dones espirituales y hay que usar con responsabilidad la intuición, la premonición y la capacidad profética que nos ha sido otorgada. No debemos gastar energía en predecir el futuro de los demás o en construir visiones de lo mal que le puede salir la vida a los otros; toda esa energía la necesitamos para consolidar nuestro propio proyecto de vida, aquello con lo que sueña nuestra alma, aquello que consideramos nuestra misión y dedicarnos a ello con todo el corazón.
"La intuición de una mujer
es más precisa
que la certeza de un hombre"
Rudyard Kipling
Escritor británico
1865 - 1936
